Juan Muñoz Martín comienza su vida literaria en 1.966.

Juan Muñoz, por aquellos años, era profesor de su colegio de siempre, Institución Jamer. Después de las clases, Juan Muñoz, allá en su casa, en la tranquilidad de la noche, escribe unos cuentecillos para sus propios alumnos. Al día siguiente, los lee en clase. Los alumnos los acogen con agradecimiento. Los ha escrito para ellos.

Un buen, día cae en manos de Juan un periódico. En él, la Editorial Bruño anuncia un concurso de cuentos para niños. No es todavía la época del boom de la Literatura Infantil. Pero Juan Muñoz otea algo. ¿Por qué no animar a los niños a leer? Pero, para hacer leer, hay que entretener. Y Juan recoge sus tres mejores cuentos, los grapa y, para darles unidad, se inventa, en una noche, esas «Tres Piedras», esos 67 renglones conmovedores que son el primer peldaño de su afán literario.
Una tarde del mes de mayo de 1.966, Fraga, entonces Ministro de Información y Turismo, le entrega el «Premio Doncel». Entonces la estrella de Juan se esfuma. En esos años, hasta el año 1.979 Juan Muñoz se dedica a escribir. En esos trece años, Juan Muñoz estaba escribiendo un libro que luego fue el gran acontecimiento de la Literatura Infantil en España.

Aquí habría que retroceder unos años atrás. Juan Muñoz, en el año 62, presenta al Premio Lazarillo una obra, que a su ganadora Concha Fernández Luna, le llamó la atención. Era una obrilla de frailes piadosos y regocijados que vivían en un conventillo allá, a principios del XIX en Salamanca.

A punto estuvo de ser impresa esta historia del fraile y su borrico, en Editorial Anaya. No pudo ser. Y Juan, desde entonces, con humildad franciscana, fue puliendo su libro, quitando una palabra poniendo otra, hasta llegar, después de veinte años, a presentar su obrilla en la Editorial SM.

Por allí pasaba el «Barco de Vapor por las aguas del 79 y Juan hizo subir a cubierta a su fraile, seguido de otros diecinueve frailecillos pasajeros y un asno. El libro, que comienza por estas repetidas palabras que casi todos los niños de España conocen: «Pues señor, esto eran veinte frailes, que vivían, en un convento, cerquita de Salamanca», tuvo la suerte de alcanzar el Primer Premio de «Barco de Vapor» 1.979.

Este libro, que no tiene nada, que no tiene palabra alguna de relieve, ninguna metáfora, ningún misterio, libro transparente, atrajo la atención de los niños ¡Cuántos alumnos rebeldes a la lectura han aprendido a leer por él, cuántas madres y abuelas han vuelto a su juventud, al pasar sus ojos sobre sus páginas! A los jóvenes que se adentran en la Universidad y les preguntas: ¿has leído Fray Perico?, aligeran el entrecejo y sonríen ¡Ah sí! ¿Y para qué hablar de sus otros veinticinco libros? Una galería de personajes infantiles salen en sus páginas, dignos, tal vez, de llenar las pantallas de Walt Disney.

El Pirata Garrapata con Carafoca y compañía. Baldomero el Pistolero y el Sheriff Severo, Ciprianus gladiator romanus, el Corsario Macario y los dinosaurios y tantos otros….

Y siguiendo la historia, allá, por aquellos años noventa, florecía en España una pléyade de escritores juveniles como Gloria Fuertes, Pilar Mateo, Consuelo Armijo, Carmen Posada, Andreu Martín, José María Merino, Sánchez Silva. Esta plétora de escritores movió al Ayuntamiento de Alcalá de Henares, ciudad de la Cultura, a fundar un premio muy novedoso: «El premio Cervantes Chico»

Tal vez, la gran acogida que los jóvenes lectores prestaron, por aquellos años, a aquellos 20 frailes regocijados, que alegraban, con sus risas y andanzas, los pasillos de los colegios y los escaparates de las librerías, tuvo la culpa de traer, para el escritor, el Primer Cervantes Chico, instaurado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Alcalá de Henares, a quién agradezco aquel maravilloso viernes 9 de Octubre del año 92, fecha en que se instituyó este famoso galardón cervantino, que, en este año, cumplirá sus veintitrés añitos, si he echado bien la cuenta.

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