Quiero expresar desde esta página mi agradecimiento a la Asociación de Libreros y vendedores de prensa y al Ayuntamiento de  Alcalá de Henares que decidieran concederme el Premio Cervantes Chico el año 2005. Para mí aquel 9 de octubre fue un día muy especial, por muchas razones. Realmente emotivo me resultó el hecho de reunirme con mis lectores. Algunos me habían leído ya; otros lo hicieron a partir de ese momento. Yo soy escritora porque existen ellos. No hay autor si no hay lectores. Uno escribe para sí mismo, sí, pero sobre todo para el otro. Pone en manos de los demás sus historias, pero estas solo crecen si crecen con los destinatarios. Por eso me gusta tanto asistir a encuentros con niños y jóvenes, porque aprendo de ellos, ellos me enriquecen y yo les devuelvo lo que me dan en mis libros. Así que el acto con los chicos y chicas fue otro premio más para mí. Verdaderamente gratificante.

El Premio lleva el nombre de Cervantes y, en mis breves palabras, me atreví a compararme con el insigne escritor alcalaíno, sobre todo para comprobar que no tengo apenas nada que ver él. Cervantes vivió entre los siglos XVI y XVII, precisamente celebrábamos entonces el cuarto centenario de su obra más famosa, y yo nací en el XX y vivo en el XXI. Él tuvo que batallar en una guerra y pasar por la cárcel; yo espero sinceramente que no me toque ni lo uno ni lo otro. Él era feliz escribiendo y ahí, salvando las distancias, ya nos vamos pareciendo más.  Pero, tal vez, me parezca más a su personaje principal, El Quijote, que a él mismo. El Quijote quiso luchar contra los molinos, creyendo que eran gigantes, lo sabemos todos.

Yo, justo en 2005, pasé por una etapa de crisis en mi vida profesional, y por eso agradecí el premio todavía más: por el momento en que me llegó.  Acababa de enfrentarme a unos gigantes, al menos ellos pensaban que lo eran. Pero gracias al premio –ya se sabe que las crisis suponen un punto de inflexión y sueles salir fortalecido de ellas- me di cuenta de una cosa: no eran gigantes, sino simples molinos. Qué digo, molinos. Ni siquiera eran molinos, tan solo molinillos. Soplé y se cayeron.

Y aquí sigo, escribiendo, luchando, superándome. Gracias.

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